Que hable con mis muertos…
- Fabiola Ramirez

- 3 nov
- 2 Min. de lectura
Mi tanatóloga me dijo: “Habla con tus muertos”. Al principio sentí que era la recomendación más irracional que había escuchado. Yo no solo enterraba a los que se iban, los borraba. No hablaba de ellos. Funcionó durante años: mi tío, mi tía, la bisabuela, después mis abuelos… Si no hablaba de su ausencia, no dolía. Los olvidaba y, si la vida para ellos había terminado, en mi vida tampoco continuaban.

Con Raquel fue distinto. Cuando ella murió, mi sistema de olvidar dejó de servirme. Ya no quiero borrar sus manos ni olvidar el dedo del pie que se le quedó chuequito después de la caída. A seis meses de que falleció, me piden que hable con mis muertos y me veo en un predicamento: por un lado, mi costumbre de silenciarla; por el otro, una necesidad urgente de mantenerla conmigo, de no perder ni un detalle de ella, ni la relación que teníamos.
Intenté primero en el carro: empecé a platicarle, pero me vio el del carro de al lado, así que disimulé con que estaba cantando en voz alta. Lo intenté otra vez mientras me maquillaba y mientras me arreglaba, pero me sentí ridícula, loca. Hasta que un día, harta de los nudos que no se desataban y los problemas que nos consumían, levanté la cara y le grité al cielo: “¡Arregla el desmadre que dejaste!”. Fue un grito de coraje puro, espontáneo.

Y entonces pasó lo que jamás hubiera esperado: desde algún lugar, no sé si fue dentro o fuera de mí, escuché: “CLARO. ESTOY AQUÍ. VIVA. Y TE ESTOY VIENDO.” Fue directo, sin rodeos. En ese instante el nudo se desató y el problema se resolvió. Con eso perdí el miedo de hablarle a los muertos. Me convertí en la persona que siempre dije que no sería: de esas que creen en poderes psíquicos, en ángeles, en señales, que están alerta y son sensibles.
Así que sí: voy a seguir platicando con cuantas almas me rodeen. Porque si algo me ha definido siempre ha sido que me encanta platicar. Y ahora, hablar se ha vuelto también una forma de cuidar lo que quiero que permanezca.
¿Loca? Tal vez. ¿Más sana? Sí.
R… te marco al rato porque ya llegué.
Fabiola
Un pequeño ejercicio, para cuando no sabes por dónde empezar, que me recomendó mi tanatóloga:
Busca un momento tranquilo (en el coche, en tu cama o frente al espejo). Respira cinco veces profundo.
Nombra a la persona en voz baja. Empieza con algo sencillo: “Hola, soy yo. Te estoy pensando.”
Di un recuerdo concreto (la forma de sus manos, una frase que decía) o una pregunta breve.
Espera.
No hay forma incorrecta de recibir la respuesta: puede venir como una imagen, una sensación, una frase que recuerdas o nada. Tu intuición te lo hará saber.
Si llega algo, respira y agradece.



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